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¿El trote es dolor?

“Acaso en los tiempos modernos, ¿estos pies
caminarán en suelas fabricadas en China..?
…Acaso en los tiempos modernos, ¿estos pies
entenderán esta ira justa..?
…Acaso en los tiempos modernos, ¿estos pies
perdonarán todos mis pecados…?
…porque el amor es ruido y el amor es dolor…
…Estuve ciego, no lo vi
qué era lo que estaba en mí
estuve perdido, inseguro
sentía que la ruta era demasiado larga, sí…”
El amor es ruido (Love is noise)

Richard Ashcroft, del
álbum Forth, de The Verve
Parto rumbo a mi enésimo sueño desde la largada de los 55K de la Ultra Cerro Arco 2018 (*), en la Villa Marista, de El Challao, Las Heras, ahí donde comienza el áspero y bello pedemonte mendocino.
El objetivo es muy simple: tan sólo terminar la carrera ya que es un peldaño más de mi preparación con vista a un desafío aún mayor dentro de menos de un mes…Para ello llevo en mi mochila la ilusión de siempre, afrontar el largo y duro camino disfrutando de la naturaleza, que es lo mismo que decir vivir la vida, aún cuando los pies terminen doliendo.
La largada fue cuando el sol todavía no salía.

Amistad trail runner

Llego sobre la hora de la largada, saludo a un montón de amigos, dos de los cuales, Yonathan Videla y Adrián Molas, me sacan las fotos de rigor, esas donde el trail runner exhibe su clásica sonrisa de oreja a oreja, más allá de sus lógicas incertidumbres.

Termina la cuenta regresiva y los casi cien soñadores partimos, con el cielo aún oscuro,  por los primeros cinco kilómetros donde se alterna un breve tramo de asfalto con otro de río seco hasta llegar a la base del cerro Arco.Como el segmento es trotable, cambio unas palabras con el juez David Mangiafico y el ingeniero “Tato” Maldonado. La charla es breve: la empresa es brava, no estoy en mi mejor forma física y quiero administrar hasta mi última gota de energía.

Así lucía el pedemonte al momento de la largada.

Agresión a la madre natura

La subida al Arco es complicada por el desnivel, pero fundamentalmente por la tristeza que me da sentir el olor acre que aún despide la flora autóctona quemada a fines de septiembre por un incendio provocado por el ser humano. Me da bronca cómo el hombre, ya sea por desaprensión o por intereses económicos, agrede constantemente un ecosistema cuna de una hermosa biodiversidad que le sirve de pulmón a la ciudad de Mendoza y es un dique natural para contener las tormentas de verano.

El pedemonte lucía triste por la flora quemada tras el incendio de septiembre desde el cerro Arco (al fondo) hasta el Gateado inclusive.

Mística militante

A los 8 kilómetros, cerca de la cima del Arco, llego al primer puesto de hidratación donde me encuentro con una grata sorpresa: me atiende, con su sonrisa inconfundible Ayelén, amiga trail runner, hija de unos de los mejores militantes políticos y sociales que conocí en mi vida, el dirigente socialista Manuel Liberal. Recuerdo mi juventud plena de ideales…

Así, mientras bebo rápido casi medio litro de bebida isotónica para no perder minerales en mi cuerpo, por mi mente pasan, fugaces, mis sueños de la militancia juvenil, los que, en plena recuperación de las libertades post dictadura, auguraban que con la democracia se iba a lograr una sociedad más justa e igualitaria.

Lloro por dentro por los sueños rotos y, más aún, por los temores de una sociedad que, frustrada, coquetea en su inconsciente colectivo con salidas mesiánicas y autoritarias como las de Jair Bolsonaro en Brasil. El miedo ante ese riesgo me hace disminuir el ritmo de los pasos, aunque no me paraliza. Quedan más de 50 kilómetros de largo y difícil camino y no estoy pleno físicamente, por lo que recurro a la mística militante de joven: seguir adelante con el idealismo como principal herramienta.

El primer puesto de hidratación, donde atendía Ayelén Liberal (al fondo), era pura buena onda. Foto: Facebook, gentileza Sergio Ochoa.
Último tramo de la trepada del Arco.

El patio de mi casa

Doy alcance a Ana, que se define como “UltrAnita”. Le digo con orgullo que estamos corriendo por el “patio de mi casa”. Ella, porteña, sonríe, quizás porque sólo puede entrenar subidas en las escaleras de algún edificio citadino. Le aconsejo que no descuide nunca la hidratación por el calor y el Zonda en altura que sufre Mendoza desde hace dos días, lo que hará aumentar la temperatura considerablemente con el pasar de las horas. Pasamos por atrás de las antenas del Arco, a casi 1.800 msnm, me despido y sigo.

Llego a la base del cerro Santo Tomás de Aquino y, al treparlo, me encuentro con Santiago Suárez, con quien compartí muchos entrenamientos en estos ásperos senderos plagados de piedras. Como especialista en marketing que es, le comento las ideas que tengo con Mendoza Corre, lo cual hace más llevadera la mortificante subida.

Tras casi 16 kilómetros, arribo a la cima del Gateado, a más de 2.100 msnm. Respiro el aire puro de la montaña. Me alegro por la incipiente flora que brota a pesar del devastador incendio de hace dos meses. Con Santiago bajo, controladamente, hacia el nuevo punto de asistencia, en el puesto Tres Quebradas, a unos 1.800 msnm.Bajo un gazebo está, como voluntario, Julio Coronel, un gran atleta, y mejor persona, que, con su habitual bonhomía, nos alienta a seguir porque viene el tramo más bravo de la carrera: 12 kilómetros interminables hasta el punto más alto de la carrera, a poco más de 2.800 msnm.

Me hidrato e ingiero comida salada para contrarrestar el sabor dulce de los geles que consumo a lo largo del trayecto para reponer los hidratos de carbono que mi cuerpo gasta por el monumental esfuerzo.

Salgo de la carpa, tomo por la quebrada rumbo a la Ruta 13 junto a Andrea Herbocianu, con quien también compartí algún que otro entrenamiento junto al grupo Cóndores. Al ratito la dejo atrás y, ahí nomás, llega Santiago, quien, con el transcurrir de los minutos, me deja solo.

Circulo cerca de cuatro kilómetros hasta Casa de Piedra. Escucho el cantar de los pájaros gracias a que el viento decidió callarse. Doy alcance a Edgardo, un cordobés de Alta Gracia, retirado de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, con quien marcho junto hasta el ingreso a la Quebrada del Manzano, a poco más de 2.100 msnm. En el puesto de hidratación nos atiende la joven atleta Soledad Gómez, a quien le pido me saque una foto.

Código de montaña

Ahora sí vendrá lo más bravo de la subida. Sigo por la quebrada junto a Edgardo, con quien converso de carreras y algún que otro tema de actualidad. Tras más de 30 minutos de marcha lenta, pero constante, divisamos, a un costado del sendero, a José, un mendocino que está descompuesto y sufre una baja de presión.Falta poco para el mediodía, el sol es impiadoso y no hay un solo árbol donde guarecerse. Los 2.300 msnm hacen las cosas más difíciles. Acostamos de espalda al trail runner caído en desgracia y, mientras el cordobés le levanta las piernas, yo con mi cuerpo le brindo algo de sombra.

Llega Andrea y se suma al rescate. Los tres conversamos con José para levantarle el ánimo y nos cuenta que, hace apenas dos semanas, corrió los 80K de Conociendo la Pachamama, en Tilcara, Jujuy. Edgardo le da sales hidratantes y yo le pido por favor que no siga, que espere, que cuando lleguemos al próximo puesto pediremos que lo socorran.

El ingreso a la Quebrada del Manzano. Foto: gentileza Soledad Gómez.

Se hace dura la subida al caminar

Marcho con Andrea y Edgardo un breve trayecto porque ahí nomás se alejan. Quedo solo en la subida que se hace interminable.

Lo único que me mueve es la ilusión de llegar al final de la Quebrada del Manzano, la parte más alta de la carrera a más de 2.800 msnm, al lado de unas antenas. Poco antes del arribo, encuentro a Sol Andreucetti, joven promesa del trail que me saluda y le pregunto por qué no está corriendo. No me paro a escucharla ¡Quiero llegar al puesto de asistencia y correr en la bajada!

El circuito tenía bajadas divertidas.

Bailar con la música del viento

Tras 33 kilómetros interminables de ascenso, con casi siete horas de marcha, me hidrato debajo de un gazebo, consumo papas fritas, una naranja y pregunto por José. Los asistentes aseguran que ya lo rescataron, aunque aparentemente fue más arriba de donde lo dejamos.

Con la bajada, es hora de la diversión. Parto junto a Marcela Labay, otra conocida del ambiente de la montaña mendocina, y un atleta más. Mientras corro es gratificante escuchar la sinfonía del viento y maravillarse con la vista majestuosa del pedemonte, que lo aprecio desde una perspectiva distinta porque nunca había estado por estos senderos.

Tras 10 kilómetros de frenética bajada arribo de nuevo al puesto Tres Quebradas, me hidrato y sigo corriendo cuesta abajo por la Quebrada de Isidris hasta que ingreso a un by pass para bordearla durante tres kilómetros mortificantes a puras ondulaciones. Me encuentro con Soledad Frías, capitana del Ejército y atleta de A.Ma.Vet., quien marcha muy lento y sufriendo el calor que ya es terrible porque el termómetro debe registrar, por lo menos, 33ºC.

Retomo Isidris y continúo. Debería correr. No puedo. Alterno tramos de trote con trekking rápido.

Rumbo al circuito Papagallos, la meta se acerca. Foto: gentileza
Viviana Zafarana.

De tripas corazón

Ya no tengo piernas y me pregunto si aún tengo corazón. Dudo. Me avergüenzo. Y lo construyo desde las tripas. Como me enseñaron mis viejos y abuelos. Ellos sí que eran duchos en eso de capear crisis.

El calor y el Zonda en altura son insoportables. En un río seco, a menos de 5 kilómetros de la meta, me alcanza Marcela. Me supera. Desemboco de nuevo en el circuito Papagallos donde veo otras amigas del trail que me alientan y me dan fuerzas. Viviana Zafarana me saca una foto (simulo una sonrisa para tapar mis penurias). Ana Romo me lanza una chanza. Le sonrío y troto poco más de kilómetro y medio por el asfalto, donde Adrián Molas me ofrece una botella con agua. Bebo un sorbo e ingreso a los últimos dos kilómetros y medio por un río seco que me lleva a la calle que terminará en la Villa Marista, la ansiada meta, que también sirvió de largada.

En la llegada, las piernas duelen, aunque el rostro tenga
dibujada una sonrisa.

El amor es dolor

Luego de 200 metros de asfalto ingreso al predio deportivo donde diviso el reloj de llegada que marca 10 horas, 59 minutos y segundos. Al largar me fijé como meta hacer menos de 9 horas. Cuando vi que no podía fui por menos de 10. Ahora intentaré menos de 11. Fracaso de nuevo por 14 segundos.

Me duelen las piernas, pero más el alma porque estoy herido en mi orgullo. Caigo en la cuenta que ya no soy el trail runner que fui años atrás. Aún así sigo adelante, porque dentro de poco tendré un desafío mayor: 137 kilómetros en un terreno desconocido y fascinante.

Y porque después de todo el trail running es como el amor, primero tiene que doler para que luego venga la felicidad.

(*) Si querés leer la crónica de la Ultra Cerro Arco de Mendoza Corre click acá.

Fotos: gentileza organización Ultra Cerro Arco
Facebook: Fan Page Mendoza Corre (clikc acá para acceder)
Twitter: @mendozacorreok (click  acá para acceder)

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Claudio Pereyra Moos

Periodista por pasión, más que por profesión. Ultramaratonista de montaña que corre tras ideales: traspasar metas de carreras difíciles, trabajar por una sociedad más justa, viajar para conocer nuevos horizontes.
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Indio Mario
5 years ago

Buen relato Claudio!! Abzo