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Punto de inflexión

Punto de inflexión: en
matemáticas y geometría,
punto en que la curvatura
de una estructura cambia
de convexa a cóncava, y viceversa,
y en el que el momento flector es nulo.
Un punto de inflexión es un punto de cambio.
Como metáfora, en la vida, es un hecho que te cambia para siempre.
Para siempre.
Un desengaño en el amor.
La muerte inesperada de un ser querido.
Un hijo decide dejarte porque, con todo derecho, quiere tomar vuelo propio.
Seamos más optimistas, el nacimiento de un hijo…
Filosofaba sobre los puntos de inflexión de la vida cuando el sábado pasado, en pleno trote por la Precordillera mendocina con un zonda en altura que secaba hasta el último rincón de mi cuerpo, me acordaba de mi participación, en abril último, en las 100 Millas de la Ultra Fiord (UF), en la mágica Patagonia chilena.
Partí al Sur del país hermano con la ilusión de concretar un desafío muy difícil en un terreno tan bello como salvaje, con dos fracasos deportivos a cuestas (el año pasado no había podido terminar los 170K del UTMB francés y los 100K de la Vulcano Ultra Trail trasandina) y un punto de inflexión producto de un recto al corazón que la vida me estaba propinando.
Lo que no sabía, mientras volaba hacia Punta Arenas y desde ahí vía terrestre a Puerto Natales, era que esa carrera sería parte de ese punto de inflexión que corroboraría que ya no sería el mismo luego de casi medio siglo de vida…
 
«El bosque encantado»,uno de los tramos más bellos de la Ultra Fiord.
 
Mantener las formas
Todo el viaje iba con una sonrisa hacia afuera y un dolor hacia adentro, manteniendo las formas y conteniendo las lágrimas.
Iba con la loca ilusión de que la UF me ayudara a tapar uno de los peores fracasos de mi vida, de que un nuevo objetivo deportivo me abriera nuevos desafíos, de que la adrenalina generada a partir del trote y la marcha a lo largo de poco más de 160K alegrara mi corazón.
Sin embargo, el destino diría que las cosas no serían color rosa y que esa carrera bella y difícil me marcaría para siempre…
Yo ya no era el mismo y la UF lo ratificaría…  
Los fiordos chilenos son majestuosos. Foto:Facebook, gentileza Ultra Fiord.
Salvaje
Promediando la segunda quincena de abril, Puerto Natales nos «regaló» un temporal que había obligado a la organización a cambiar el circuito, suprimiéndole poco más de 20K y evitando un cerro que implicaría un desnivel desde la altura del mar a los 1250 metros.
A pesar de que la distancia fue menor (141K) y el desnivel también, ya que sólo debíamos circular por el Cordón Chacabuco a 850 msnm, la carrera fue terrible por el frío, la lluvia, el agua nieve, la nieve, el barro, la turba y el fortísimo viento.
El clima durante la carrera fue muy hostil. Foto: Facebook, gentileza Ultra Fiord.
Lágrimas, lluvia y nieve
El Chacabuco nos recibió con un viento blanco fortísimo de por lo menos 50 km/h que llevó la sensación térmica a unos -20°C.
Mis piernas tenían encima más de 60K tras más de 10 horas de trote y marcha.
Mientras las gotas de lluvia y los copos de nieve simulaban las lágrimas en mis ojos, ayudado por los bastones, a duras penas avanzaba paso a paso.
Ya cabeceaba por el sueño (la largada había sido a la una de la mañana de ese viernes 15) cuando, aproximadamente en la mitad de los 8K de extensión del cordón, al costado de la senda miré una tentadora piedra que me invitaba a “descansar”. “¿Me siento?”, me pregunté. Y tras un segundo de duda me respondí: “Eso es el camino a una hipotermia y a una probable muerte”.
El Cordón Chacabuco fue el tramo más complicado, por el viento blanco y la nieve. Foto: Facebook, gentileza Ultra Fiord.
Hija y angelito
De tal manera que seguí armado tan sólo con mi fuerza de voluntad y la mística del corredor de montaña: “Cami (mi hija) me espera en la meta, cada carrera se la dedico y no le puedo fallar ¿Y si un angelito que busco hace tiempo me recibe con una sonrisa?”
 
Alegría
Pasado ese momento crítico, los kilómetros y dificultades fueron pasando y, tras poco más de 30 horas y alguna que otra lágrima, crucé la meta.
Estaba feliz por haber terminado una competencia tremendamente compleja, lo que me daba fuerzas para seguir probando en las ultras distancias y en algún momento saldar la deuda de la UTMB.
La carrera no dio respiro en ningún momento. Foto: Facebook, gentileza Ultra Fiord.
 
Muerte
Luego del titánico esfuerzo me fui a descansar. Cuando me levanté, sonriente, posé para una foto con el fin de postearla en las redes sociales. Ahí, en el hostel que paraba, me llega el rumor de que “habría” fallecido un corredor.
El instinto de periodista afloró inmediatamente por lo que comencé a chequear la posible noticia.
Así, hablando con corredores escuché a varios que otros les contaron que vieron en el Cordón Chacabuco a un mexicano que se llamaría Arturo “con la mirada perdida, con la capucha de su rompevientos suelta, en shorts y sentado en una piedra. Allí habría fallecido por hipotermia”.
En off, los carabineros de Natales daban a entender que era cierta la especie. “Es una persona de nacionalidad mexicana, se llama Arturo Martínez Rueda”, me dijo un agente del orden, que me explicaba que una patrulla del grupo de elite de su institución había ido a rescatar al atleta. Sin embargo, en on, decía que “hasta que no tengamos el cuerpo acá no podemos hablar de muerte”.
A la noche de ese mismo sábado, en la ceremonia de entrega de premios, el organizador de la carrera pidió un minuto de silencio “por Arturo”. Y explicaba lo difícil y lo bien preparado que había que estar para correr en el extremo Sur chileno.
El domingo fui a rechequear la información a Carabineros donde me topé con hermetismo y lo único que me dijeron fue que no podían dar por confirmada la muerte.
Sin embargo, todos los caminos conducían invariablemente a una triste realidad: Arturo había fallecido.
La inmensidad de la Patagonia chilena es avasallante… Foto: Facebook, gentileza Ultra Fiord.
Dolor de padre
Seguí recabando información para redactar mi crónica que iba a volcar ese mismo domingo al desaparecido Diario Estadio.
De esta manera me enteré de boca de otros corredores que en el primer Drop Bag de la competencia, sito en el km 49 del circuito en una confortable hostería donde paramos a comer y recargar fuerzas, oyeron a Arturo decir que iba a seguir y terminar la carrera “porque no le puedo fallar a mi hija…”
Sorprendido, me lleno de preguntas: “¿No escuché eso antes? ¿No me lo dijo mi conciencia en el mismo punto que falleció Arturo? Yo pensé sentarme en una piedra cuando estaba exhausto y decidí seguir porque mi hija y un angelito me esperaban en la meta…¿No seré yo el muerto y veo todo esto “desde el más allá”?
Me pellizqué.
Comprobé que estaba vivo y, aún a pesar de la abundante información que había recabado, empecé a revisar Facebook para buscar más detalles y darle forma a mi relato.
Allí me topo con algo que me conmovió: cuando un atleta daba por confirmada la muerte de Arturo, su hija, Sofía, le había contestado con vehemencia que su papá tenía mucha experiencia en carreras de montaña y que no había que darlo por muerto. “Está vivo”, dijo tajante.
Me estremecí.
Y lloré.
Decidí no publicar nada hasta que bajaran el cuerpo de Arturo porque primó mi dolor de padre antes que mi instinto de sabueso de la noticia.
 “¿Quién soy yo para quitarle la ilusión a una niña (*)?”, me pregunté. Y la conciencia me dictó que esa ilusión era más importante que mi exclusiva.
Lo que te da en belleza, Ultra Fiord te lo exige en esfuerzo. Foto: Facebook, gentileza Ultra Fiord.
Punto de inflexión
Mi experiencia en la UF me confirmó que estaba en un punto de inflexión de mi vida.
Antes de partir, en el umbral de mi segundo siglo de existencia, por un golpe al corazón, tenía la certeza de que ya no iba a ser la misma persona.
Después de la UF supe que ya no iba a ser más el mismo atleta porque tomé conciencia que la muerte nos rondó muy cerca y que te puede sorprender en cualquier senda si no tomás todos los recaudos: con la montaña no se jode. Aún así decidí que a pesar de los riesgos nunca dejaría el trail running. Y hoy lo reafirmo.
Con la UF también me di cuenta que nunca más iba a ser el mismo periodista, porque mi costado paternal cedió al del sabueso de la noticia.
(*) La hija de Arturo se llama Sofía. Es toda una mujer: en la nota empleo el término «niña» porque para los padres nuestros hijos serán siempre nuestros niños y ella se convirtió, en cierta medida, en hija de cada uno de los participantes de la Ultra Fiord 2016. Siguiendo el ejemplo de su papá, es ultramaratonista de montaña.

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Claudio Pereyra Moos

Periodista por pasión, más que por profesión. Ultramaratonista de montaña que corre tras ideales: traspasar metas de carreras difíciles, trabajar por una sociedad más justa, viajar para conocer nuevos horizontes.
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Ramses de ita
7 years ago

Mi hermano ar2 o leoncito, llego a cambiar la vida de la gente que conoció, la forma de ver la vida y de maravillarse por cosas nuevas, se contagiaba y te impulsaba a ver las cosas de manera diferente con una simplicidad que te hacia pararte a disfrutar, soy afortunado de saber que el podía contarme entre sus amigos entre sus lobos, gracias por las palabras, encontrar este tipo de notas tiempo después dan muestra de quien fue nuestro León despistado abrazos crack