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Luna y estrellas rebeldes…

Tu amor me eleva como el helio.
Tu amor me eleva cuando estoy triste, 
triste, triste.
Cuando he chocado contra el suelo, 
tú eres todo lo que necesito. 
Porque tu amor me eleva como el helio.
Tu amor me eleva como el helio…

«Helio» – Sia, de la banda sonora
de la película 50 Sombras de Grey

Me elevo mientras marcho a la Cruz de Paramillos, a paso lento pero firme por los caracoles de la Ruta 52.

Decidí correr los 55K del octavo Cruce Nocturno de Alto Running sólo porque sueño, en la plenitud de la montaña, jugar nuevamente con las estrellas y atrapar la luna…

Largamos pasadas las 23 horas desde la puerta del Hotel Villavicencio a los 1.700 msnm. Está frío. Pero no tanto como pensaba. Por eso decido salir en mangas cortas.

La ilusión de capturar la luna se desvanece porque, traviesa, se me escapa… Es que, cada tanto, juega a las escondidas entre las nubes que, minuto a minuto, invaden progresivamente el cielo.

Por su lado, las estrellas están aún más rebeldes porque ante la negrura de la nubosidad deciden no mostrar la totalidad de su brillo, primero, para, después, directamente despedirse de mi vista.

Con despecho, dejo de mirar el cielo y decido voltear la cabeza para distraerme con las luces de la ciudad, que admiro con la particular perspectiva que brinda la altura.

También me entretengo con las misteriosas siluetas que me regala el camino. Así, aparecen ante mi vista la casilla del antiguo telégrafo, los caprichosos contornos de los cerros, los carteles que indican que estamos en una reserva natural o el mirador El Balcón…

La largada es pura expectativa.

De esta manera, con mi imaginación trabajando a mil, potenciada además por el cantar de algún ave trasnochada, voy sumando distancia y altura casi sin notarlo. Los primeros 15K son realmente mortificantes porque el desnivel es salvaje. Y los próximos 10K, más suaves, los encaro con la incertidumbre que provoca una tenue llovizna.

Como voy  relativamente despacio no supero a muchos competidores, por lo que disfruto de la soledad, interrumpida cada tanto por el paso de los vehículos de la organización.

Tras casi cuatro horas y media de marcha y trote llego al punto más alto de la carrera, la Cruz de Paramillos, a poco más de 3.000 msnm. Allí nos espera el personal de la carrera, con su máximo responsable, Juanjo Altamirano, que nos ofrece hidratación, café y hasta un sándwich de asado, un auténtico placebo que calma cualquier tipo de “penuria”.

Luego de unos pocos minutos decido continuar viaje. Porque aún faltan 30 kilómetros para llegar a la meta. Y principalmente porque al quedarme quieto el frío me pasa factura. Me espera un tramo más “fácil” porque es casi todo bajada.

Los primeros 5K discurren por una zona de muchas curvas y son los más entretenidos porque puedo correr por la linda pendiente negativa. Y porque admiro el contorno de la Mina de Paramillos y el Puesto Agua de la Zorra.

Ahora viene lo más tedioso ya que hay que enfrentar largas rectas. No obstante, logro distraerme gracias a la alborada, primero, y la madrugada, después.

Los pájaros ya cantan decididamente y los primeros rayos de luz auguran que el objetivo está próximo. Cuando paso por el costado del cerro Tunduqueral me doy cuenta que estoy ahí nomás del final.

Entro a Uspallata. Los pulmones se refrescan con el aroma que despide la alameda que indica el acceso a la villa lasherina. La emoción me impacienta hasta que, tras poco más de ocho horas, cruzo el arco de llegada.

Un ultra más pasó con la decepción de que no pude atrapar la luna ni jugar con las estrellas. No obstante, la recompensa fue la trepada hacia Paramillos, que me permitió elevarme como el helio. Como cuando me enamoro…

La alegría de traspasar la meta.

Fotos: gentileza Alto Running

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Claudio Pereyra Moos

Periodista por pasión, más que por profesión. Ultramaratonista de montaña que corre tras ideales: traspasar metas de carreras difíciles, trabajar por una sociedad más justa, viajar para conocer nuevos horizontes.