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¿Todo terminó?

“Cuando me dejaste
hiciste que de un salto
saliera de mi habitación.
No te perturbaré.
Te habría dado la luna,
incluso después de todo lo que pasamos.
Nunca conocí a nadie como tú.
¿Por qué siempre tratas de decirme que todo está bien?
Necesito silencio porque nunca dices la verdad…


…Cuando viene por mi corazón se siente como un Armagedón.
Voy a cambiar las cosas, prometo que no lo olvidarás.
No me disculparé, no me importa si te ofendes.


Sin discusión, sí, tenemos que ir por caminos separados.
No me arrastrarás a las llamas.
Ni siquiera quiero saber tu nombre.
Mira cómo todo va a cambiar.
Fui un idiota, me puse de rodillas en el suelo,
solía nunca querer ver la luz del día, sí…
Ahora ya no te quiero más, no más
Todo terminó…”

Over Now. Post Malone, del Álbum Beerbongs & Bentleys

Todo terminó

Salgo feliz del centro porque me dirigiré a los cerros mendocinos, luego de más de tres meses de cuarentena por el maldito coronavirus COVID-19.

Emprendo el camino emocionado porque, al fin, no más el infierno del encierro obligado, no más la angustia de no poder volar….

“Todo terminó”, exclamo, cual amante despechado, cerca del mediodía del domingo, en la esquina de avenida San Martín y Peatonal Sarmiento.

El ambiente luce raro. Por el silencio y por la extraña soledad  que se siente en pleno centro mendocino. Paradojas de la pandemia que cambió la historia de la humanidad.

Mis pasos firmes y decididos se sienten con ganas cuando troto por las tres cuadras del principal paseo citadino. Una vez más, me maravillo con la vista que me regala la plaza Independencia y las aguas danzarinas de su primera fuente. La atravieso. Abordo avenida Sarmiento. Sigo al oeste hasta la querida y coqueta avenida Emilio Civit, por la cual paseo relativamente rápido ya que, ansioso, quiero llegar al Parque San Martín.

Cruzo los portones del principal paseo mendocino, el paisaje otoñal de la alameda de la avenida Libertador me inspira, por lo que aumento el ritmo hasta la avenida Champagnat, donde doblo a la derecha para emprender la exigente subida que me llevará al histórico Santuario de la Virgen y al famoso circuito del Challao. La velocidad disminuye. No me importa porque, de a poco, me maravillo con el paisaje que me brinda la precordillera norte que muestra su cara más bella. Avizoro el cerro Arco, a cuya cima pretendo llegar.

Hay poca gente en el camino. Me cruzo con algunos fieles católicos que, con un paso cansino, seguro van a la Iglesia a cumplir alguna promesa. Más adelante, me pasan unos vigorosos ciclistas.

Tras 11 kilómetros, el ansiado momento se hace realidad porque dice presente la despareja huella de acceso al peñón que pretendo escalar. Un aguaribay solitario me da la bienvenida y, poco más de dos kilómetros y medio adelante, empieza la salvaje trepada a un ritmo de trekking. El camino, a pesar de su aspereza, se asemeja a una avenida céntrica por el congestionado tráfico de paseantes que suben o bajan. Todos están felices.

A un kilómetro y medio del punto más alto de mi recorrido me topo con Nico, fotógrafo aficionado que, como si me estuviera esperando, retrata el momento. “¡Mirá la luna!”, me dice entusiasmado. Giro la cabeza a la izquierda y la veo que, huidiza, trata de escabullirse entre los rayos del sol del mediodía. A pesar de su rebeldía, la “atrapo” con la mirada. No obstante, festejo la alegría de la libertad y lo mejor que puedo hacer es dejarla partir ¿Quién soy yo para hacerla mía? Además no tengo a quien obsequiársela.

Saludo a mi amigo y después de 15 minutos de entusiastas pasos, al fin, conquisto la cima. Viene la selfie de rigor. La emoción de disfrutar la perspectiva que brinda la altura hace que me regocije con la postal de la Ciudad. Converso brevemente con un lector de Mendoza Corre. Me despido y encaro la bajada a un ritmo bastante fuerte para concluir mi periplo en la famosa Puerta de la Quebrada, punto de infinidad de encuentros de amigos…

¿Todo terminó?

En el puesto, mientras elongo, converso con mi colega runner Checho y dos de sus compañeras de trekking. El diálogo gira en torno a la alegría de volver a sentir la libertad de correr, de futuras posibles competencias de trail y de cómo encarar el entrenamiento tras 90 días de parate obligado.

Me despido y, caminando rumbo a la Ciudad, pienso en la pandemia que cambió mi vida. De la sensación de encierro que dejo atrás. “Todo terminó, como cuando decidimos dejar atrás la indiferencia de un amor no correspondido”, digo en voz baja.

Sin embargo, la conciencia me plantea dos dilemas. El primero: ¿un amante despechado realmente se olvida de su fracaso sentimental? El segundo: ¿pasamos la etapa más dura de la pandemia y ya podemos por siempre salir a correr libres por ahí?

¿Todo terminó?

Tramo del circuito del Challao. Foto: Claudio Pereyra Moos.

Detalles del circuito

Punto de partida: Avenida San Martín y Peatonal.

Punto de llegada: puesto Puerta de la Quebrada, tras llegar a la cima del cerro Arco.

Distancia desde salida a Portones del Parque: 2 kilómetros (km).

Distancia desde salida a avenida Champagnat: 4 km.

Distancia desde salida a Santuario de la Virgen: 8,5 km.

Distancia desde salida a puesto Puerta de la Quebrada: 12,5 km.

Distancia desde Puerta de la Quebrada a base C° Arco: 1 km.

Distancia desde base C° Arco a la cima C° Arco: 3,5 km.

Distancia desde la cima C° Arco a Puerta de la Quebrada: 4,5 km.

Desnivel positivo: 1.100 metros (aproximado).

Nota: los 3,5 km desde la base a la cima del C° Arco es yendo siempre por la huella, sin cortar caminos por algunos senderos.

Ingreso a la zona del cerro Arco, donde nos da la bienvenida ese hermoso Aguaribay. Foto: Claudio Pereyra Moos.

Foto tapa: gentileza Nico Lancellotti (NL Fotos)

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Claudio Pereyra Moos

Periodista por pasión, más que por profesión. Ultramaratonista de montaña que corre tras ideales: traspasar metas de carreras difíciles, trabajar por una sociedad más justa, viajar para conocer nuevos horizontes.