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Por exceso o por defecto

Para la humanidad encontrar el punto medio o de equilibrio ha sido, y aún lo es, uno de sus grandes desafíos. Vendría a ser como dar con el ideal perfecto, la piedra filosofal de la conducta. No obstante, y estoy plenamente convencido de ello, que pretender alcanzar ese tan anhelado equilibrio es una empresa francamente quimérica, básicamente por la imperfección propia e inherente a la raza humana.

Finalmente, y más allá de nuestras desesperadas ansias de equilibrio, el ser humano siempre tenderá, en mayor o en menor grado, al “exceso o al defecto”. Con lo cual estamos condenados a divagar y a intentar sobrevivir entre estos dos vastos reinos, encontrando tan sólo por breves y excepcionales momentos de nuestras vidas, ese término medio tan sutil y delicado.

El deporte y el running no escapan a esta regla de la humanidad, tanto los aficionados al deporte, como los deportistas profesionales, deben lidiar y oscilar permanentemente entre estas dos variables. Pues es así entonces que el auténtico desafío será siempre poder interpretar a tiempo cuándo es poco o es mucho, o mejor dicho, cuándo incurrimos en defecto o exceso.

Lo cierto es que el equilibrio solo constituye una utopía en nuestras mentes, una búsqueda perpetua en la que si tenemos la fortuna y sabiduría suficiente, apenas lograremos rozarle en extraordinarias ocasiones de nuestra existencia.

Por lo tanto y será una constante en nuestras vidas, que siempre tenderemos al exceso o al defecto en lo que a proceder se refiere, algunos en mayor y otros en menor medida, pero lo cierto es que nuestras acciones, indefectiblemente, estarán teñidas por estos dos tintes opuestos.

En lo personal, y deportivamente hablando, siempre he tendido a excederme, pues debido a esas ansias instintivas de mejoría, que vienen espontáneamente conmigo desde que comencé en el atletismo, he caído y vuelvo a caer, una y otra vez, en el querer hacer algo más que me catapulte definitivamente hacia ese tan deseado plus extra.

He pecado desde mis inicios por querer y hacer un poco más, pero lo que me consuela es el pensar que, de no haber sido así, probablemente no hubiese alcanzado el sitio que hoy tengo.

Me considero un individuo de condiciones genéticas promedio, he visto atletas extraordinarios y créanme que este no es mi caso. Tampoco vengo de una cuna de abundancias y oportunidades por doquier, aunque jamás me faltó lo necesario para vivir y desarrollarme con dignidad.

Lo único que poseo como rasgo distintivo, y me atrevo a decirlo con cierta seguridad, es un impulso irrefrenable y natural hacia la evolución, y es que después de cotejarme con otros corredores durante más de treinta años, he llegado a la conclusión de que aquello que en un principio creí como algo natural y común a muchas más personas, en realidad no lo es tanto, ni mucho menos.

Lo que sucede es que, dependiendo del momento, la situación, o el resultado final, esta marcada tendencia a exigirme un poco más, o bien puede ser vista como un pecado o una virtud. Es decir que si ese plus extra de entrenamiento resulta finalmente en la consecución satisfactoria de la meta propuesta, esta clara tendencia al sobreesfuerzo es apreciada por propios y extraños como una cualidad. Por el contrario si ese exigirse al límite te aparta y deja fuera de la búsqueda del objetivo, esta conducta es percibida por la gran mayoría como un exceso.

Nunca he logrado, ni siquiera por pequeños lapsos de tiempo ese equilibrio tan soñado, la marcada inclinación a querer hacer un poco más me ha dominado toda la vida y lo destacable, o criticable, según como y quien lo vea, es que con los años esta clara tendencia a pecar por exceso lejos de encontrar un poco de sosiego con la edad, por el contrario, a tendido a exacerbarse aún más en mi última etapa como corredor de ultra distancia.

En esta nueva faceta de corredor de ultras, que asumí a partir del año 2015, presumo, o al menos así lo siento, que esa inquietud por trasvasar los límites en el campo del entrenamiento podría constituir más una virtud que un pecado. Tal pensamiento se desprende del análisis de este mundo de las largas distancias, donde en competencia debe llevarse al cuerpo y a la mente más allá del límite mismo. Por tal motivo, creo que intentar simular las características de la prueba de la manera más fiel posible en la práctica diaria, aumentando significativamente las chaces de éxito.

He aprendido a convivir, y diríase que hasta finalmente amigarme, con mi manifiesta tendencia a pecar por exceso. Acepto y asumo la responsabilidad de que si en muchas oportunidades no hubiese caído en ella, sin dudas me habría ido mejor. Pero, por otro lado, debo hacer justicia al decir que, de no ser por ella, tampoco podría haber accedido en tantas oportunidades a ese único y mágico momento donde el hombre siente por un breve instante estar tocando el cielo con las manos.

Por lo que he podido ver, a lo largo de más de tres décadas en el deporte, en cuantiosos deportistas, y por clara diferencia mucho más exitosos que uno, es que la gran mayoría, por no decir todos, poseen ese rasgo distintivo a pecar por exceso. Insisto, algunos en mayor y otros en menor grado, pero lo que es evidente en ellos es esa característica inclinación a ir cada vez un poco más allá, en esa eterna búsqueda de la tan deseada e ilusoria perfección.

Suponiendo y en el hipotético caso de que uno pudiese elegir, en cualquiera de los ordenes de la vida, entre pecar por exceso o por defecto, y aceptando además que el equilibrio justo es solo producto de nuestra naturaleza soñadora. Creo que sería útil que supiéramos antes de tomar tan trascendental decisión que, de caer en defecto, estaremos absueltos de padecer grandes decepciones, pero también de experimentar las grandes recompensas reservadas a quienes insisten en prodigarse más allá.

Mi conclusión: grandes esfuerzos grandes recompensas.

Cristian Malgioglio

Tres veces campeón argentino absoluto de 100 km
en carretera y miembro de selecciones nacionales

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