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Como el agua y el aceite

Es un domingo soleado y frío en Mendoza, nada fuera de lo común para un 25 de julio ya que el invierno en estas latitudes está en todo su apogeo. 

Me encuentro junto a mi gran amigo Marcelo Manzanarez que será mi asistente esta mañana y, para ello, viene acompañado de su bicicleta de ruta. 

Nos convoca al Barrio Patrón Santiago una competencia de 10 kilómetros que se realiza cada 25 de Julio en homenaje al Santo Patrono Santiago, la deidad protectora de los mendocinos. 

Ese día, en nuestra provincia, se decreta feriado provincial y es como parte de esos festejos del Santo Patrón que en el populoso barrio de Guaymallén que lleva su nombre se realiza desde hace varias décadas el Maratón Patrón Santiago. 

Esta carrera es una de las citas atléticas más tradicionales de nuestra provincia y ganarla constituye un enorme incentivo para todo fondista, no sólo mendocino sino también cuyano. 

Corre el año 1998, tengo 25 años recién cumplidos y estoy en la mejor forma deportiva de toda mi carrera, los nueve años de entrenamiento sistemático, sumados a la juventud, hacen que mi estado actual sea excelente.

Siempre he soñado con vencer en esta importante carrera y creo que hoy tengo grandes chances de conseguirlo, pero lograr tal objetivo no será nada sencillo, pues entre los formidables rivales que tendré está Roberto Jofré.

Roberto es un extraordinario maratonista, que entre sus grandes registros destacan sus 2 horas 22 minutos, en los 42 kilómetros, y la hora 6 minutos, en media maratón. Junto al majestuoso Alfredo Maravilla ha sido, hasta el momento, el mejor fondistas mendocino de los últimos 50 años. 

Lo único que tengo a mi favor, a la hora de intentar imponerme en la competencia, es que Jofré, producto de la edad, no se encuentra en su mejor época, de estar en tu total plenitud. Triunfar hoy sería prácticamente imposible. 

A las 10 de la mañana está previsto el inicio de la competencia y faltan tan sólo 15 minutos para ello; me acerco pues a Marcelo para darle todas las prendas de abrigo que me he sacado. 

Nos conocemos desde niños y nuestra amistad comenzó en el Barrio Los Tamarindos, un conglomerado de casas de clase media en Las Heras.

El lugar donde nos relacionamos por vez primera fue en el “potrero” de la plaza, ya que el fútbol era nuestra afición por aquel entonces y los desafíos entre “cuadras” eran moneda corriente.

Nuestra cuadra enfrentaba a la de él y recuerdo que lo que destacaba en su equipo eran las continuas y fuertes discusiones entre Marcelo y Gustavo, ambos hermanos.

Se sucedían una tras otra y por cualquier motivo, pero lo paradójico era que, a la hora de protegerse o defenderse el uno al otro, eran incondicionales.

Teníamos otra coincidencia por aquel entonces, era la escuela secundaria a la que asistíamos, el Nacional Agustín Álvarez. 

Marcelo cursaba el mismo año que yo, pero en otro curso, no obstante si bien nuestra relación, por el momento era muy superficial, ya solíamos intercambiar algunas palabras. 

Nuestra verdadera amistad comenzó, y se afianzó, posteriormente gracias al atletismo. 

Por pura coincidencia los dos elegimos este deporte, como educación física curricular. Allí comenzamos a tratarnos y conocernos mucho más.

Aquel maravilloso grupo de entusiastas corredores estaba dirigido por un gran ser humano y docente, Hugo Galeano, que fue responsable absoluto de que gran parte de esos adolescentes abrazaran este deporte con mucho fervor. 

Poco a poco fuimos formando un grupo de muy buenos amigos: Gustavo y Marcelo Manzanarez, Ariel Utrero y yo éramos muy unidos y los cuatro vivíamos, además, en el mismo barrio.

Debido a nuestras ansias de crecimiento en este deporte empezamos a compartir entrenamientos fuera del colegio y luego, intentado desarrollarnos aún más, nos inscribimos en el Club YPF para tomar clases de atletismo. 

Pasaron los años desde aquellos comienzos y el lazo afectivo que nos une a los dos se ha vuelto cada vez más fuerte, a pesar de que en numerosos aspectos somos como el “aceite y el agua”. 

Por ejemplo, Marcelo tiene un carácter muy alegre, gusta de los cumpleaños, festejos y bailes. Por el contrario, yo soy más tranquilo y me gusta irme a dormir temprano, para entrenar por la mañana al día siguiente.

Él se saltea los entrenamientos sin problema alguno. Mientras que para mí entrenar es una especie de ritual sagrado. Marcelo es impulsivo, a la hora de tomar decisiones y gusta de correr riesgos, con lo cual, o le va mal o muy bien. Por mi parte, soy más reflexivo y predecible, rechazo de inmediato todo lo que conlleve cierto nivel de peligro y opto, casi siempre, por lo seguro y estable.

Como estudiante, Marcelo ha sufrido toda suerte de tropiezos. Su falta de hábito en este sentido le ha alargado considerablemente su estadía en el secundario. Por el contrario, yo nunca he tenido contratiempos en esta área.

Creo que nuestra amistad es tan sólida por estas diferencias tan marcadas de carácter, pues he llegado a la conclusión que uno busca en el otro todo aquello de lo que carece. He llegado a esta conclusión ya que no encuentro otra explicación coherente que fundamente tantos años de sincera y fiel unión. 

Por otro lado, Marcelo es una persona sumamente afectuosa y muy presente en todo momento, siempre dispuesto a cualquier esfuerzo o renunciamiento en pro de un amigo.

Su palabra es de máxima garantía y nunca falla a una promesa. Ante un amigo en dificultades, acude urgente al rescate y, sin titubeos, en esos momentos es el primero en llegar y el último en irse.

Nunca te suelta la mano, por más que ello perturbe su propio bienestar y es sumamente demostrativo de sus emociones, como también totalmente transparente en su actuar y pensar. 

Yo le quiero mucho y, sin dudas, es uno de mis amigos predilectos. 

Recién comienza la carrera y nadie, por el momento, asume decididamente la responsabilidad de comandar las acciones. 

El primer kilómetro, se desarrolla íntegro por las calles de tierra del barrio y, por lo general, como viene ocurriendo cada año, ningún corredor lanza tan temprano un ataque.

Hemos salido al asfalto y aguardo a que Roberto Jofré incremente el ritmo, pero nada de eso ocurre.

No espero más, entonces me ubico en cabeza del grupo y empiezo a acelerar la marcha. Pronto se notan las consecuencias de mi acción, pues el pelotón pierde unidades rápidamente. Esto me da la pauta de que estoy en un buen día, lo que me hace ganar, paulatinamente, en confianza.

Marcelo ya está a la par de nosotros y comienza a darme ánimo, me doy cuenta de que su entusiasmo crece, pues sube el tono y aumenta la frecuencia de su aliento. Esto, seguramente, se debe a que tan sólo dos corredores quedamos a esta altura en la punta de carrera, Roberto y yo. 

-¿Agua enano?, me pregunta cada vez con más frecuencia. 

Ofrecimiento que declino con un movimiento del dedo índice, como claro indicativo de un “no gracias”. 

Me limito escuetamente a este ademán ya que intento evitar hablar, pues creo que la concentración, a la hora de un esfuerzo máximo, es vital si se pretende sostener esta actitud por mucho tiempo. 

Por lo tanto, siempre que compito o tengo un entrenamiento exigente, asumo esta postura de extrema focalización en la actividad.

Todo aquello que venga a perturbar ese estado de profunda atención suele molestarme ostensiblemente y, más aún, si dicha interrupción comienza a sucederse muy frecuentemente, pues, justamente, esta situación que tanto me fastidia hoy se reitera más de lo que me gusta. 

Cinco kilómetros y mitad de carrera. Poco a poco comienzo a despegarme de Roberto. Intuyo, por su ruidosa respiración, que se esfuerza por volver a conectarme, lo que intento contrarrestar con un fuerte y sostenido cambio de ritmo. 

He conseguido, por el momento, lo que pretendía, el impacto de sus pasos ya no llega a mis oídos con tanta nitidez, esto es un claro indicio de que me alejo.

Es un episodio crucial en la carrera, sino disminuyo la velocidad de mis zancadas puede que logre quebrarle en su voluntad de llegarme nuevamente. Apelo a todas mis energías y concentración para ello. 

En ese instante tan determinante en la competencia vuelve a la carga Marcelo y vuelve a preguntar: 

-¿Necesitas algo enano?  

Silencio absoluto de mi parte, mas no conforme con este claro indicio mío de no apetecer nada, por ahora, Marcelo reitera otra vez con tono más urgente.

-¿Agua enano?

He tenido innumerables apodos a lo largo de mi vida, aunque el que utiliza él, a la hora de dirigirse a mí, es el de “enano” ya que sin dudas es claramente su preferido. 

Por mi parte, lo llamo a menudo “Narigón”, pues es la parte de su cuerpo que a primeras llama la atención y esto, en ocasiones, suele molestarle mucho, dependiendo de la situación y de quien lo haga, aunque con nosotros, sus amigos, es bastante más indulgente ya que alcanza a comprender de que no hay malicia alguna en nuestras intenciones. 

Kilómetro ocho, la balanza se inclina a mi favor, Roberto Jofré viaja 200 metros tras de mí y, aunque no me sobra nada, de no mediar algún desfallecimiento de mi parte, las oportunidades de ganar la carrera aumentan con cada paso.

En eso, Marcelo, por enésima vez, vuelve a insistir. 

-¿Querés algo enano? 

Y ya sin poder contenerme, en un arrebato de cólera y en contra de mi costumbre de no hablar en competencia, le contesto. 

-No Marcelo, dejame de molestar, no necesito nada carajo. 

A continuación, se produce un incómodo silencio, por lo que alcanzo a darme cuenta que lo recién sucedido le ha molestado profundamente.

Casi inmediatamente, me arrepiento de mi reacción, pero también soy consciente de que no es el momento ni el lugar más indicado para pedir disculpas y me digo: “ni bien llegue a meta le presentaré mi descargo”. 

No sé si a todos los deportistas les ocurre lo que a mí, y es que en situaciones de extrema tensión, y principalmente en carrera, suelo hacer gala de un muy mal humor.  

Contesto de una forma tal que en cualquier otro contexto no utilizaría bajo ninguna circunstancia. Lo que siempre me sucede es que, ni bien termina el acontecimiento que me generaba dicho estrés, me doy cuenta de lo absurdo e inapropiado de mi proceder. Luego, con gran congoja y vergüenza, me dedico a la tarea de pedir disculpas a quien herí en sus sentimientos.

Toda la vida ha sido un aspecto de mi personalidad del que no me enorgullezco en absoluto y que además he deseado desterrar definitivamente de mí, aunque debo reconocer que nunca lo he logrado del todo. 

Marcelo detiene su bicicleta. Estoy confundido y no alcanzo a entender el motivo, pienso que lo más seguro es que se trate de una avería. Continúo corriendo con cierta preocupación, pero no puedo hacer nada ya que sólo me faltan dos kilómetros para la llegada. 

Por otro lado, de ser este el inconveniente de su detención, él es perfectamente capaz de cubrir esta distancia trotando con la bicicleta a la par.

Me quedo tranquilo al llegar a este razonamiento, pero, de pronto, escucho algo a lo que no puedo dar crédito como real. Estoy turbado y confundido totalmente, siento los gritos de aliento de mi amigo, pero esta vez su arenga no va dirigida a mí sino que está destinada a dar ánimo a mi más directo rival. 

-¡Fuerza Roberto!, le escucho decir. 

Volteo para verle, pues me niego a creer lo que oigo, pero efectivamente confirmo mi presunción. Marcelo, montado en su bicicleta, anima al segundo de la competencia.

Me siento defraudado y ofendido, pero luego por otro lado me digo: “Después de cómo le trataste, no tienes ningún derecho a enojarte con él”. Termino por asumir que, ante el destrato recibido de mi parte, su actitud está más que justificada. 

Me concentro de vuelta en el esfuerzo. Quedan menos de 2 kilómetros para la conclusión y la victoria parece casi un hecho. 

Otra vez, vuelvo a oír la voz de Marcelo, ha vuelto a mi lado y ahora me reprocha. 

-No puedo seguir alentando al Jofré, pero quiero que sepas bien que sos un maleducado. 

Indiscutiblemente tiene toda la razón, con lo cual no digo nada y sólo sigo corriendo. 

Traspaso la meta, estoy muy feliz por ganar esta prestigiosa carrera, pues siento que se me ha cumplido un gran anhelo con el que he soñado desde muy chico. Durante 7 años corrí cada 25 de julio esta competencia y, aunque la había ganado en categoría juveniles, nada se compara con ganar la general absoluta. 

Saludo a Roberto Jofré, le manifiesto mi admiración y respeto; intento hacerle saber que el haberle ganado hoy no significa que me crea, ni remotamente, un atleta de su talla y nivel. Soy perfectamente consciente que tres años atrás no habría tenido oportunidad de vencerle y pienso pues que es mi deber decírselo, intentando con ello mitigar un poco su descontento. 

Debo acometer ahora una tarea sumamente importante, de tener éxito en ella depende que mi triunfo valga la pena. 

No puedo estar feliz del todo, si antes no recibo el indulto de mi gran amigo, me siento apenado por haberlo tratado tan mal durante la carrera. 

Se ha levantado temprano, dejando el calor y la comodidad de la cama; ha pedaleado hasta aquí, enfrentando temperaturas de cero grado. Todo por brindarme su apoyo y ayudarme a cumplir un gran objetivo. He sido muy ingrato con él, y además egoísta. 

Le encuentro rápidamente entre la multitud, está parado junto a su bicicleta y, a primera vista, pudo percibir claramente, aún, su enojo. 

Siempre hemos discutido y tenido todo tipo de desacuerdos a lo largo de todos estos años. Es que al ser tan distintos, en cuanto a carácter se refiere, las confrontaciones han sido inevitables.

No obstante, siempre hemos sabido superar nuestros desacuerdos, priorizando ante todo nuestra amistad. 

Me acerco a él y le pido sinceras disculpas, pero ni así cede. Entonces, uso un artilugio infalible, que ya he utilizado en oportunidades pasadas.

Le abrazo a la fuerza y le doy un ruidoso beso en la mejilla, con lo cual no puede reprimir una sonrisa y a continuación le digo: 

-Perdoname Marcelo, vos sabes que te quiero mucho.  A continuación y sin mediar otra palabra, reanudamos el abrazo y volvemos a ser tan buenos amigos, como lo hemos sido, y seguiremos siendo siempre.

Cristian Malgioglio

Tres veces campeón argentino absoluto de 100 km
en carretera y miembro de selecciones nacionales

Foto: gentileza Cristian Amador

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1 Comment
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Adela
3 years ago

Gracias Claudio por compartir tan hermosa anécdota…me reí muchísimo…