Descreo rotundamente de todo aquello que me promete “éxito” sin esfuerzo, de los caminos cortos y fáciles, como así también de las fórmulas mágicas. Mas, sin embargo, tampoco creo que el éxito nos venga predeterminado desde la cuna o por la estirpe, ni de que algunos seres humanos estén predestinados a él y otros no.
Tampoco creo que alcanzar el éxito requiera exclusiva y únicamente de poseer un “talento” especial. Es verdad que cierta cuota de talento nos puede facilitar un poco más las cosas, pero no es un aspecto a mi entender que de no tenerlo sea descalificante para llegar a triunfar.
Me complace saber, por haberlo experimentado en mí y en otras personas, que el esfuerzo puede llevarnos hasta niveles y situaciones insospechadas para uno. Creo honestamente que en alcanzar esa posición en la que rompemos y superamos todos los pronósticos es donde radica la verdadera “victoria” del ser humano.
Desde mi punto de vista, la victoria entendida como estar por encima de todos, no es la única, ni siquiera la más importante. Creo que el triunfo más relevante y fundamental en la vida es el de procurar, luego de un arduo proceso, verse y encontrarse en un plano para el cual, a priori, no se estaba predeterminado a estarlo.
Considero que esta es la mejor victoria y por dos motivos relevantes. Primero, porque el único rival a superar es uno mismo, y esto es asequible de conseguir por cualquier persona dispuesta al esfuerzo. Segundo, porque esta sana competencia de auto mejorarnos, si realmente lo deseamos, puede no terminarse nunca.
Construir una sociedad o un grupo humano donde se fomente como principal victoria la de ganarse a sí mismo. Considero que constituye la base más sólida, constructiva y justa donde edificarla. Procurando que cada ser humano sienta e interprete que tiene un potencial triunfo por delante, y que el único camino hacia él es el del esfuerzo personal.
Esta particular visión del triunfo les confiere a las personas una óptica mucho más inclusiva del ganar y les concede a todos la posibilidad de sentirse en algún momento victorioso. Con lo cual el mensaje sería, si trabajas con ahínco y esmero, tú también tienes una victoria al alcance.
Fomentar este punto de vista, donde todos somos perfectamente dueños de obtener pequeñas o grandes victorias, es una alternativa altamente motivadora e incitadora a la superación personal, y la más efectiva también a la hora de procurar sacar a la luz y exponer todo el potencial del que somos capaces.
Visto el éxito desde esta arista, lo que debemos saber y ser perfectamente conscientes es que de la dosis de esfuerzo personal que le imprimamos a nuestras acciones dependerá o condicionará la envergadura de nuestros triunfos. Es decir: “grandes esfuerzos, grandes recompensas”.
Concluyendo entonces es que, producto de la edad y luego de más de treinta años en la práctica del atletismo, mi concepto del éxito o la victoria se ha visto bastante modificado respecto de la visión que tenía de él en la juventud, y difiere bastante además del pensamiento habitual y popular.
Hoy alcanzo a distinguir dos formas claras de victoria:
La primera es cuando, tras un largo período de trabajo y esfuerzo, hemos accedido al logro de un objetivo, el cual en primera instancia estaba por encima de nuestras capacidades y posibilidades. Para mí, sin dudas, esta es una gran victoria.
La segunda victoria, y la que considero como la suprema, es hacer del esfuerzo y las ansias de alcanzar metas una “filosofía de vida”. Estas últimas personas son las que a mí particularmente me inspiran y motivan, independientemente de que en ese deseo inagotable de perseguir sueños tengan éxito o no. Lo que a mi entender tiene ese valor que los hace superiores a otros humanos, en este aspecto, es esa mezcla de tenacidad y tozudez que los lleva una y otra vez a intentar mejorarse.
“Para mí, insisto, estos últimos son los genuinos ganadores”
Cristian Malgioglio
Tres veces campeón argentino absoluto de 100 km
en carretera y miembro de selecciones nacionales
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