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¿Privilegiados o sacrificados?

Deseo verme y ser visto como un “privilegiado”.  

No creo tener derecho, con todos los momentos mágicos que me ha regalado el atletismo, de venderles una imagen de hombre “sacrificado”.  

Acepto y soy consciente de los “esfuerzos” realizados durante tantos años.

No voy a mentirles de que ha habido muchos días malos.

De que las “frustraciones”, muchas veces, han sido más frecuentes de lo que hubiese querido. 

Pero también siento el deber de contarles que he vivido momentos maravillosos, de una intensidad y emotividad indescriptibles. 

Más de una vez he podido experimentar esa embriagadora sensación de “tocar el cielo con las manos”.  

¿Cuántos “seres humanos” estarían dispuestos a cualquier cosa por tan solo vivir una vez esa exquisita situación?

¿Cuantas personas pasan por este mundo sin siquiera pasar cerca de ese extraordinario minuto?

En muchos de esos instantes sublimes, que he vivido a través de este deporte, he tenido la rara sensación de estar recibiendo más de lo merecido. 

Creo francamente que, en múltiples ocasiones, fui mejor pagado de lo debido.  

Es este hecho que me hace percibir como un “privilegiado”. 

Vivo en el atletismo por “elección propia”. 

Siempre me prometo que el día que experimente que corro por “obligación”, allí mismo, le pondré el “punto final” a este capítulo.

Estoy donde estoy porque es lo que sinceramente deseo, no me atan compromisos de ningún tipo, a nada ni a nadie.

Por ende, cuando sienta que todo esto se torna en un “sacrificio”, lo dejo y a otra cosa. 

Con los años, he llegado a una “contundente” conclusión.  

Quien posee la motivación, la salud y el tiempo para hacer lo que más desea está más cerca del mundo de los privilegiados que el de los sacrificados

El atletismo me lo ha dado todo: «el amor de mi vida”; “fieles y nobles amigos”; “una profesión que me permite vivir con dignidad”; “me sigue aportando, a la mitad de la vida, grandes motivaciones”; “reconocimiento” y muchas cosas más. 

No me caben dudas de que he contraído una deuda impagable.

La que no seré capaz de saldar en lo que me queda de vida. 

Puedo entender que alguien que “trabaja” en algo que no le gusta que perciba ese sobresfuerzo diario como un sacrificio. Hay muchísimas personas que no tienen otra alternativa a la hora de procurarles una existencia digna a sus familias. Hasta diez preciadas horas, de cada día de sus vidas, dedican a una faena que no les hace felices.

Eso sí, indudablemente, es un sacrificio. 

Lo que no puedo entender, y no me resulta lógico, que alguien dedique su “tiempo libre” a una actividad que le implica un “sacrificio”.

Me sorprende escuchar deportistas, de todos los niveles, que luego de lograr el objetivo que se propusieron hablen sólo de postergaciones y privaciones.

Es como si de una forma, hasta casi deliberada, pretendieran dar, al oyente o al espectador, una imagen de auténticos “mártires”.  

Una cosa es el “esfuerzo” y otra muy distinta el “sacrificio”. Muchas personas suelen confundir uno con otro.  

Desde mi punto de vista, el esfuerzo puede convivir perfectamente con el placer.

Pero no así el sacrificio, ya que éste y el disfrute no tienen nada en común.  

El tiempo libre, dedicado a una actividad o labor que no se disfruta, no tiene futuro.

Lo natural sería, antes que nada, encontrar aquello que nos “motiva” y, luego sí, entregarle todo nuestro tiempo y esfuerzo.

Esta condición me parece fundamental para percibir lo que hacemos como un “privilegio” y no como un “sacrificio”. 

Hay un acontecimiento en mi rutina diaria que me da una pauta inequívoca de lo privilegiado de mi vida. Soy dueño de un gimnasio, a él asiste una chica de unos 45 años. Ella es “ciega” y también “corredora”, a la que entreno hace dos años, aproximadamente. Le tiene un gran cariño a este deporte y acepta de buen gusto el entrenamiento diario. Pero tiene un gran inconveniente: el cumplir, o no, con la tarea no depende exclusivamente de ella. Siempre está supeditada a alguien que pueda o quiera hacerle de “guía” y, para complicar, si se quiere, más el panorama tampoco cuenta con los recursos económicos para pagar un corredor que desempeñe ese rol. Conclusión, más de una vez en la semana se queda con ganas de salir a correr, pues no hay quién la guíe. Es entonces que termina en el gimnasio subida al “elíptico”. 

Pero lo inspirador en ella es que, lejos de frustrarse y lamentarse, acepta con optimismo su destino y le saca todo el provecho posible a cada día, donde la fortuna se inclina a su favor y la regala con alguien dispuesto a guiar sus zancadas. 

Cada vez que la veo montada en el elíptico, calmada y serena, pienso: “¡Qué privilegiado soy por el simple y grandioso hecho de abrir la puerta cuando lo deseo y, sin depender de nada ni de nadie, poder salir a trotar un buen rato!”. 

Hasta en este punto me considero un “afortunado”.

Por tener personas muy cercanas que me dan a una lección a diario y me inspiran con su singular proceder.

Cristian Malgioglio

Tres veces campeón argentino absoluto de 100 km
en carretera y miembro de selecciones nacionales

Foto de tapa: Facebook, gentileza Cristian Malgioglio

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