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Ojos sin rostro

No tengo ninguna esperanza,
un paso más en falso
podría provocar mi caída.

Cuando estoy lejos de casa,
no me llames por teléfono
para decirme que estás sola.
Es tan fácil engañarme.
Es tan fácil tomarme el pelo.
Pero difícil es liberarme.

Ojos sin rostro,
sin gracia humana…
Tus ojos no tienen rostro
.

Gasto demasiado tiempo
creyendo todas las mentiras
para mantener vivo el sueño.
Ahora me entristece,
me vuelve loco la verdad
por amar lo que una vez fuiste.

Ojos sin rostro,
sin gracia humana…
Tus ojos no tienen rostro…

…Ahora, cierro mis ojos
y me pregunto porqué
no te desprecio.
Todo lo que puedo hacer
es amar lo que una vez fue
tan vivo y fresco…
Pero está fuera de tus ojos.
Mejor será que me acostumbre.

Ojos sin rostro,
sin gracia humana.
Tus ojos no tienen rostro…

Ojos sin rostro. Billy Idol, del álbum Rebell Yell

No sé si les conté lo mal que me sentí cuando en Adís Abeba, capital de Etiopía, observé a mujeres musulmanas obligadas a tapar sus rostros por inhumanos burkas que sólo dejaban ver tristes ojos de miradas culposas.

Fue en noviembre de 2018 cuando, viajando rumbo a Oriente Medio para participar de los 120K de la ultramaratón Oman by UTMB, tuve que hacer escala en el aeropuerto etiopí para abordar el avión que me llevaría a Muscat, la capital del país anfitrión de la competencia.

En ese momento me pregunté la pesadilla que deberían vivir diariamente esas pobres jóvenes que, por costumbres retrógradas y antiquísimas, debían sentirse “naturalmente pecadoras” por el solo hecho de ser mujeres y, por ende, elementos de potenciales “tentaciones”.

Tal era la presión social que se sentía en el aire de la terminal africana que, ante las miradas intimidantes de los esposos de las infortunadas, era imposible plantearse la posibilidad de sacarle una foto a esos ojos sin rostros, por lo que acudí a una selfie para retratar a una chica que estaba detrás mío.

En el aeropuerto de Adis Abeba es común ver a mujeres portando el inhumano burka (atrás a la derecha). Foto: Selfie Claudio Pereyra Moos.

Morocha de ojos negros

Seguramente, tampoco les conté la felicidad efímera que disfruté cuando, años atrás, salí con una bella morocha con la que pasé muy buenos momentos compartiendo aventuras de todo tipo.

La chica en cuestión era muy inteligente, audaz, intrépida y, lo más cautivante para mí, dueña de una misteriosa mirada que escondía secretos indescifrables…

Ya saben cómo son muchas veces los caminos de las relaciones afectivas: empiezan llanos y fáciles pero, con el tiempo, empiezan a perderse por tortuosos meandros que terminan dibujando laberintos con pocas salidas.

El hecho fue que lo que empezó siendo un sueño terminó mal porque nunca me di cuenta que había caído bajo el embrujo de unos bellos ojos negros, pero, parafraseando a Billy Idol, sin rostro…

Entrenar en la montaña es ideal para reflexionar. Foto: gentileza, Natalia Gómez.

Cuando las pesadillas se repiten

En unos de mis largos entrenamientos pensaba en cómo la pandemia que sufrimos hace más de tres meses nos llevó a vivir los más variados infortunios: muchos perdieron sus trabajos y llevados a la pobreza, algunos tienen que vivir el martirio de la soledad en sus “cárceles” hogareñas y todos, indefectiblemente, estamos sufriendo la insoportable incertidumbre porque no tenemos las mínimas certezas para enfrentar el futuro.

Pero otra cosa que a mí me impacta mucho en estos momentos tan duros es la portación de “ojos sin rostro” por el uso obligatorio, por cuestiones sanitarias, de tapabocas o buffs.

Así, cual déjà vu, hoy, el maldito COVID-19 me hace revivir viejas pesadillas: volver a sufrir la indiferencia de los ojos sin rostro de una morocha que nunca quiso que fuera de ella o volver a sentir el estómago revuelto por los ojos sin rostro de pobres mujeres musulmanas que con sus miradas suplicaban libertad…

Homenaje

Me planteaba estas dudas existenciales ayer cuando, al trote, me dirigía a los cerros mendocinos y me cruzaba con chicas a las que tenía que preguntarles el nombre porque no las podía identificar por sus caras semi cubiertas.

Así, se me ocurrió enfrentar estos tiempos de incertidumbre homenajeando a amigas y colegas trail runners porque el arte del trote les da tanta vida que ningún buff las hará mujeres sin rostro…

Alejandra Pennisi. La profesora de educación física y nutricionista Alejandra Pennisi, además responsable del team Outdoor Pesari, ayer corría por la Quebrada del Durazno.

Alejandra Pennisi.

Eve Arbitelli. A la líder de Nutrife la encontramos ayer en los senderos del cerro Áspero entrenando con parte de sus alumnos. La foto de tapa también es de esta gran profesora de educación física.

Eve Arbitelli.

Paula Torres. La integrante de Nutrife seguía al pie de la letra las instrucciones de su «profe» Eve.

Paula Torres.

Natalia Gómez. La trail runner riojana, mendocina por adopción, anduvo trotando de manera entusiasta por los senderos de la precordillera norte.

Natalia Gómez (en primer plano).

Cinthya González. Junto a su amiga Natalia (en la anterior foto), aceptó trepar el Áspero junto a Mendoza Corre.

Cinthya González.

Fotos: Claudio Pereyra Moos

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Claudio Pereyra Moos

Periodista por pasión, más que por profesión. Ultramaratonista de montaña que corre tras ideales: traspasar metas de carreras difíciles, trabajar por una sociedad más justa, viajar para conocer nuevos horizontes.