Los caminos extremos regresan de nuevo,
lugares extremos que no conocía,
rompí todo de nuevo,
todo lo que iba a tener
lo arrojé por las ventanas, se fue.
Sé cómo separar los caminos extremos…
…Caminos extremos que me ayudan…
…Iría al límite por esto,
Siempre hay espacio en mi vida para esto…
Moby – Extreme ways – Caminos extremos
Banda de sonido de la película “El legado de Bourne”
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Estoy ansioso por largar la Media Maratón de Mendoza.
Busco circular por “caminos extremos” que me ayuden a dejar atrás los problemas de la cotidianeidad.
Hoy corro 21K de calle. La semana que viene 24K de montaña de la Kumen Trail Series. A principios de marzo, 68K por los senderos cordobeses que me regala el cerro Champaquí. De ahí, a esperar a abril para ver si llego en condiciones a las 100 millas de la Patagonia Run.
¿Será mucho? ¿Hago bien? ¿Por qué voy al límite? ¿Para escapar de mis miedos?
Mientras mis dudas existenciales me atormentan, entro en calor para, en instantes, sentir el placer de recorrer al trote las calles llenas de belleza e historia de mi amada Mendoza.
Además, este año, hay algo especial: con 2.500 runners, esta es la primera competencia masiva en Latinoamérica en tiempos de pandemia.
Saludo a amigos runners. Agradezco las muestras de afecto que me tributan lectores de Mendoza Corre. “¡Vamos con esa crónica ‘desde adentro’”, me grita uno. Al rato, una chica me alienta a seguir “con tu gran trabajo por el running”.
Ya me olvidé de los problemas y miedos. Estoy feliz. La energía positiva del ambiente runner es muy contagiosa. Más que el maldito COVID-19…
¡A correr!
Ingreso al parque cerrado desde donde, en minutos, largaremos. La gente de seguridad me toma la temperatura mientras controla que tenga bien puesto mi tapaboca. Todavía no puedo creer que estas imágenes, dignas de una película de ciencia ficción, sean realidad. Subo una selfie a las redes sociales…
Parten los corredores elite. Luego una segunda tanda de 250 y ahora toca a mi grupo. Dan la orden. Me quito el buff que cubre casi toda mi cara. Salgo. El objetivo es hacer una carrera tranquila a menos de 6 minutos 15 segundos el kilómetro (km). Si consigo bajar los 6 estoy hecho. No atravieso mi mejor momento deportivo. Estoy lejos de esas gloriosas épocas de 4 minutos cada mil metros. Debo conformarme con correr a un ritmo constante. “Es lo que hay”, trato de consolarme.
A menos de un km de trote alcanzo a Cristian Malgioglio, el legendario atleta ganador de mil batallas y hoy triple campeón argentino de 100 km de ruta. El “Mostro” está de “paseo” junto a nuestro amigo Julio Coronel. No puedo perder la oportunidad y grabo el momento que, para mí, es histórico: muy difícil vuelva a correr a la par de un elite. “Conste que hoy le hago precio y no lo voy a humillar”, le digo a modo de chanza. Me río…
Mi aplicación marca que el primer km lo hice a menos de 5 minutos. Me siento bien. Por lo que mantengo el ritmo. Llegamos a la Las Heras, doblamos a la derecha…
Tras una cuadra por la histórica avenida, tomamos por Chile para llegar de nuevo al Parque Central…
Luego de circundar el joven espacio verde que da vida a la Cuarta Sección Oeste desembocamos en la Perú, donde doy alcance a una runner sanjuanina que tiene en su espalda el mapa de las Malvinas…
Ahora bajamos por Videla Correa. Voy por el tercer km y sigo por debajo de los 5 minutos. Sonrío satisfecho. Me cruzo con dos lectores que me piden una foto. Cumplo y bajo rápido hasta la San Martín…
Subimos por la principal avenida citadina. Pasamos por la histórica Alameda, donde el espíritu de San Martín se siente en el aire. Su ejemplo me inspira y trato de mantener el ritmo que, no obstante, disminuye porque el ascenso se hace pesado. La psicóloga deportiva Julieta Príncipe me saluda. La retrato.
Pasando Las Heras me da alcance mi amigo Marcelo Ríos. Es un gran tipo al que quiero mucho y deseo que el momento quede registrado. Me expresa su admiración (no entiendo el porqué) y se despide.
Me embelesa la maravillosa postal que me regala la San Martín con sus plátanos que rebosan verde…
Empiezo a sentir el ritmo que imprimí en los primeros 6 km. Doy alcance a Emanuel Falcón, atleta discapacitado que es llevado por Diego De Castro en una plataforma especialmente diseñada. El ejemplo de ambos me da fuerza…
Toca ascender por Colón. Un circo callejero da color a la opaca avenida…
Atravesamos las vías de Belgrano y entramos a la maravillosa Arístides. En el cruce con Rodríguez me enojo. Es que automovilistas tocan bocina desenfrenadamente porque tienen que esperar nuestro paso. Les grito qué apuro tienen si es domingo “¿Tenés miedo de llegar 15 minutos después a tu casa para preparar el asado?”, le espeto a uno. A los pocos metros pienso que es un idiota. La bronca se me va porque un saxofonista nos regala una melodía de los Bee Gees…
Es el turno de Boulogne Sur Mer, acaso el momento que más disfruto de esta carrera porque viene una linda bajada donde aumento la velocidad, pero principalmente porque costeamos el Parque San Martín con sus arboledas que nos regalan aire puro. Dos damas giran la cabeza para salir en Mendoza Corre…
Subo el ritmo. A modo homenaje por su valioso trabajo, retrato a un preventor de la municipalidad que vela por nuestra seguridad. Me agradece el gesto.
Llego a los portones y me detengo para grabar, quizás, la mejor instantánea de la carrera…
Sigo la marcha y alcanzo a otra gran amiga y excelente atleta como Clari Ponce. Me saluda. La pierdo de vista…
Grabo el segundo video para demostrar el goce que me provoca correr por la Boulogne Sur Mer…
Antes de arribar a Jorge A. Calle mi amiga Gabriela Guayama retrata mi felicidad…
Bajo raudo y la triatleta y profesora de educación física Flor Mazzei, que anda en bici alentando a sus alumnos, también registra mi paso…
Cuando toca circular por Perú me impongo un límite: no más fotos, a concentrarme en la carrera. Voy por el kilómetro 13 y ya siento el esfuerzo. De ahora en más la cosa se pondrá difícil.
Al transitar la Pellegrini, otra amiga, la también profe Agostina Bellene, me alienta.
Es la hora de retornar al microcentro por 9 de Julio. Pasamos por la plaza San Martín, primero, y la peatonal Sarmiento, después. Viene otra hermosa plaza, la España. Llegamos a Peltier para cruzar el Parque Cívico y contemplar sus imponentes edificios y sus espacios verdes pletóricos de árboles.
Ruego para que haya un descenso, el que afortunadamente llega en la avenida Belgrano. Me doy cuenta que falta poco cuando mi app me dice que voy por el km 18. Al poco tiempo doblo por San Lorenzo, donde sus refrescantes sombras me adelantan que estoy por llegar a la maravillosa plaza Italia. Giro al norte por Chile y es el turno de la imponente plaza Independencia con su coqueto escudo y su exuberante vegetación…
No doy más. No quiero perder el ritmo. Pero contradictoriamente mi “otro yo”, el “débil”, me dice que camine. Mi testarudez lo impide. Alcanzo a una mamá que, feliz, corre los 10 km llevando a su hijo discapacitado en una silla de ruedas. El niño irradia una felicidad inconmensurable, indescriptible… Lloro de emoción. Digo: “Claudio inspirate en estos ejemplos de vida, no aflojes nunca…”
Las piernas se quejan. Pero la cabeza dicta que estoy viviendo algo único: la satisfacción del deber cumplido tras un gran esfuerzo. Transito el km 20 de carrera ¡Falta uno nada más! Llega el momento cúlmine: por España, primero, y Las Cubas, después, circundo el Parque Central hasta avenida Mitre, donde doblo a la izquierda y me espera el arco de llegada. Unas lágrimas, tímidas, asoman en mis ojos que, creo, deben estar rojos. Mi “orgullo” me dicta que no debo mostrar mis sentimientos. Cruzo la meta. Levanto los brazos al cielo. Controlo el tiempo que hice: 1:52:32. Ritmo promedio: 5 minutos 17 segundos. Apenas satisfecho ¡Tendré que entrenar más!
Recibo la medalla de finisher, elongo, ingiero bebida isotónica y agua para recuperar minerales e hidratarme y me presto a buscar mis herramientas de periodista, una libreta y una lapicera, para comenzar a trabajar ¡La fiesta terminó y mis lectores de Mendoza Corre esperan mi crónica en primera persona!
Fotos: Claudio Pereyra Moos
Foto de tapa: gentileza Florencia Mazzei
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