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Sueños en la Patagonia…

Lago Lácar.

Ya les hablé lo que significa para los trail runners “chocar contra el muro” durante un ultramaratón, ese momento cuando el rendimiento físico empieza a mermar porque las reservas de glucógeno se te agotan producto del esfuerzo titánico de correr horas y horas por senderos de montaña.

Cuando transitás por esta etapa del desafío deportivo el agotamiento te lleva a momentos límites, estás al borde del precipicio mental y vivís situaciones insólitas porque empiezan los mareos y las alucinaciones.

Este fenómeno fisiológico se me declara, generalmente, durante la primera madrugada de la carrera, cuando superé unas 15 horas de trote. O durante la siesta del segundo día de competencia, especialmente si no hace frío.

A continuación, comparto con ustedes un par de experiencias que viví cuando participé en las 100 millas de Patagonia Run 2018.

Amores

“…Te doy una canción
si abro una puerta
y de las sombras sales tú.

Te doy una canción
de madrugada,
cuando más quiero tu luz.

Te doy una canción
cuando apareces
el misterio del amor.

Y si no lo apareces,
no me importa,
yo te doy una canción.

Te doy una canción.
Silvio Rodríguez.
Del álbum Mujeres

Participar en Patagonia Run para mí es algo único porque siento un efecto “narcótico” cuando, en la alborada, el aire sureño refresca mis pulmones.

Habíamos largado a las 12 del mediodía y, tras 17 horas, a eso de las 5, me tocó internarme en un bosque. Así, cuando el frescor de la madrugada patagónica empezaba a extasiar mis sentidos, empecé a ver a los amores de mi vida…

Amores que no correspondí.

Amores que no me correspondieron.

Amores perros.

Amores puros.

“Hola negra”, saludo a la chica más alta que yo y que enalteció mi ego masculino como ninguna en mi vida. “Te quiero, pero no te amo, no es honesto continuar”, le digo. Está enojada. Siento una cachetada. Salgo del sopor. El golpe, en realidad, es el choque de mi rostro contra una rama rebelde que se niega a abandonar su lugar ante mi presencia intrusa.

Empiezo a trotar suave para tratar de despabilarme…

Al fondo de la senda, veo un par de ojos tan oscuros como brillantes. Escucho un “¡hola Claudio!” Es la mujer que más amé. Por sus ojos negros y vivaces. Por su perspicacia y picardía. Y por su físico tan bien esculpido como indomable. “No te confundas: sos ‘mi amigo con derechos’. Nada más”, me confiesa la dama con la salvaje sinceridad que me hacía quererla aún más. “Pero morocha…”, balbuceo al borde del llanto. “Ya sabés como son las cosas. Aceptalas, o bye…” El sonido de un ave me despierta…

Trato de correr. A duras penas avanzo. Giro hacia un nuevo sendero. Me sorprende la tercera morocha de mi vida…

“Te amo, te elegí, resigno mi amada libertad por vos”, le descerrajo con el corazón en la mano. “Sí, esperame, ya vuelvo”, me contesta. Sonríe. Y se escapa entre los árboles. Lleva en sus entrañas lo que ambos buscábamos. Siento un frío que recorre todo mi cuerpo porque las heladas aguas de un arroyo mojaron mis pies. Sobresaltado, brinco. Caigo en la dura realidad del abandono.

No tengo fuerzas. Camino. Asoman los primeros rayos de sol. De repente, aparecen ellos con su amor puro…

“Papito loquito”, me grita mi Cami. Sus ojos celestes iluminan mi camino… Me sorprende otra curva y la imagen del angelito que hace dos años me guía me pone contento. “¡Niños míos!”, grito como loco.

Otra vez recibo un fuerte golpe. Pero ahora en la frente. Me despierto. Mi cabeza dio de lleno en el suelo. Me paro. Me siento en un tronco. Lloro. Por la soledad. Y por la ausencia de mis amores. Con mi buff seco las lágrimas. Y sigo. Con la obstinación del trail runner. Con la terquedad del enamorado.

Pájaros

“Una bandada de pájaros,
planea por encima.
Solo una bandada de pájaros,
así es como tú crees que es el amor…

…Sigues volando, viajando,
quizás algún día, volaré a tu lado.
Sigues volando, viajando,
quizás algún día, yo pueda volar contigo,
sigues volando”.

O. Coldplay.
Del álbum
Ghost Stories

La etapa que más me gusta de Patagonia Run es el tránsito por la costa del lago Lácar. Todos los años me tocó hacerlo en la madrugada con la aparición de tímidos rayos de sol. Sin embargo, en 2018, por los horarios de la largada de las 100 millas, llegué a “mi lugar en el mundo” a la siesta, en plena manifestación de la tibieza del otoño patagónico.  

Salgo del bosque y veo la magnificencia del azul profundo del espejo que tanto admiro.

Pero lo que en esta oportunidad me maravilla es una bandada de gaviotas que, volando alto, se mueven de un lado a otro. De repente, dos de ellas se apartan del grupo. Ambas, empiezan a volar en sentido contrario. Cuando las separan unos cien metros giran 180 grados y caen violentamente en picada. Cuando parece que se hundirán en el agua se recuperan y planean sobre la superficie del lago ¡Van a estrellarse! A último momento, cuando están por tomar contacto, se yerguen casi a 90 grados y, pecho con pecho, suben juntas. Ya bien arriba del lago, abrazadas, se dejan caer por su propio peso…

Debo internarme de nuevo en un bosque y no puedo seguir contemplando el espectáculo increíble.

Retomo un pesado trote. Pienso si es real lo que acabo de ver o es una metáfora de mis deseos. Siento un terrible dolor en mi rodilla derecha. Me caí. Me termina de despertar una lágrima salada que me moja los labios e interrumpe mi sueño…

Foto: Claudio Pereyra Moos
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Claudio Pereyra Moos

Periodista por pasión, más que por profesión. Ultramaratonista de montaña que corre tras ideales: traspasar metas de carreras difíciles, trabajar por una sociedad más justa, viajar para conocer nuevos horizontes.
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