“Cómo desearía,
Roger Waters y David Gilmour,
cómo desearía que estuvieses aquí.
Sólo somos dos almas perdidas…
…corriendo sobre el mismo suelo viejo,
¿Qué hemos encontrado?
Los miedos de siempre.
Desearía que estuvieses aquí…”
Wish You Where Here, del álbum
de Pink Floyd Wish You Where Here
No sé si les conté qué sentía como papá cuando mi hija Camila era chiquita y yo viajaba fuera de mi provincia y de mi país sin ella para participar en los ultramaratones que preparaba horas y horas durante casi todo el año.
Sencillamente me mortificaba una “culpa” terrible porque hacía algo que me hacía enteramente feliz pero a lo cual, paralelamente, le dedicaba mucho tiempo que se lo sacaba a mi pequeña.
Ese sentimiento llegó a niveles astronómicos durante mi participación en los 130K de la Oman by UTMB, una carrera tan compleja como dura en la península arábiga.
Habíamos largado la noche de un viernes y cuando ya estaba en plena siesta sabatina, con un calor y sol terribles en el medio de una quebrada tan larga como complicada por lo extremadamente técnica, se me empezó a declarar el famoso “choque contra el muro”.
Ese fenómeno fisiológico empieza a manifestarse en los deportes de resistencia cuando el rendimiento físico del atleta se deteriora por el agotamiento de las reservas de glucógeno del hígado y los músculos. Sus síntomas pueden ser fatiga general, debilidad muscular, hipoglucemia, mareo y alucinaciones.
Ante el traumático momento, acudiendo a mi experiencia en ultras, regulaba esfuerzos con un paso cansino, calculando reponer energías en el próximo puesto de asistencia con los alimentos ricos en hidratos que suelen ofrecer en los avituallamientos.
Mi marcha era lenta porque estaba débil y porque me costaba coordinar los movimientos, a tal punto que tropezaba con cuanta piedra se me atravesaba.
Así, trataba de sortear el mal momento con el principal motor de todo trail runner: el sentimental. Por eso me concentraba imaginándome que, a la distancia, encontraría los ojos de cielo de mi Cami, a quien la extrañaba horrores, a la que le “hablaba” diciéndole cuánto la necesitaba y a la que le dedicaba “Wish You Where Here”, el clásico de Pink Floyd que resonaba en mi alma.
Cuando estaba llegando al final de la quebrada, la veo a ella. ¡Sí! ¡Mi Cami levantaba su brazo derecho y me llamaba! Empecé a trotar. Tropecé con una piedra. Los bastones volaron. Mis manos se apoyaron en el suelo pedregoso, logrando salvar mi cabeza que, por poco, no dio con una filosa piedra. Me repuse a duras penas y continué con una marcha frenética para ir al encuentro de mi niña…
Cuando la fui abrazar exclamé “¡Cami!” “¡¿What?!”, fue un grito decidido que me sacó del sopor que transitaba. Caí en la cuenta que estaba ante una polaca menuda y de ojos celestes similares a los de mi hija. La atleta me llamaba porque creía haberse perdido y se había puesto contenta al ver a un colega trail runner.
La vergüenza que sentí fue tan grande que lo único que atiné fue balbucearle a la bella dama, con mi vergonzoso espanglish, un “perdón laidie…” Ante su cara de sorpresa, incliné mi torso en señal de saludo y escapé a las corridas, no sin antes indicarle a las apuradas, con mi brazo derecho, que iba en la dirección correcta y que no estaba extraviada…
Conclusiones en el Día del Padre
Esta anécdota, que hago pública por primera vez, la cuento en honor a los trail runners papás.
Primero porque sé, aunque muchos de ellos no lo digan, que cuando dedican horas y horas al deporte que tanto aman sienten una “culpa” por ese tiempo que les quitan a sus hijos.
Segundo, porque aprovecho la circunstancia para, en función de mi experiencia, aconsejarles humildemente que cuando vayan por un ultramaratón de montaña no dejen de estudiar en forma minuciosa, con el asesoramiento de un nutricionista, su plan de alimentación antes, durante y después de la competencia para no sufrir, al menos en forma muy manifiesta, los efectos de la falta de glucógeno. Así se ahorrarán alucinaciones y situaciones insólitas.
Tercero, para explicarles a nuestros vástagos que un papá trail runner necesita la montaña para sentirse pleno porque un hombre pleno, seguro, será mejor papá, aún cuando resigne tiempo con ellos por entrenamientos y viajes.
Cuarto, para decirles a mis hijos que, pase lo que pase, papá siempre estará con ustedes porque el lazo de amor que nos une no podrá ser roto por nada ni nadie. Ni por la ausencia física. Y mucho menos por el egoísmo y la traición.
Fotos: Facebook (ilustrativas del desierto de Omán)
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