Soy consciente de que los “años” llegaron para quedarse.
Nadie me lo ha contado, los siento, los vivo y también, porque no, me duelen.
Sin dudas, los efectos más notorios se aprecian en el cuerpo, es el gran damnificado de esta historia.
Los movimientos se han vuelto más lentos y torpes, la fuerza y la velocidad se apagan, lenta pero inexorablemente.
El cotejo entre pasado y presente resulta lastimoso, y hasta cruel en algunos momentos. Si además me arriesgo al nada alentador ejercicio de visualizar el futuro, el panorama se torna más obscuro aún.
Los objetivos han cambiado, en la juventud todo se trataba de nuevas conquistas, se trata de ir cediendo el terreno ganado, pero de la forma más digna posible.
Es como el viejo león macho que ante rivales más jóvenes y ambiciosos deberá, tarde o temprano, rendirse; pero lo hará peleando y, aunque nada le favorezca, él igual procurará retirarse al exilio con el decoro que merece un Rey.
Luego de 34 años en el atletismo, y 47 de vida cronológica, es necesario “reinventarse” permanentemente, intentar por todos los medios ver el vaso medio lleno y no medio vacío, ya que, según mi visión, he aquí la clave para continuar de pie.
Hace algunos años, ante el declive natural de la vitalidad corporal producto de los años, encontré una nueva faceta con la que “motivarme y motivar” a las personas que están a mi lado.
Me propuse cada día entrenar y esforzarme al 100%, intentando con ello demostrarme y demostrar que, si bien el deterioro físico es inevitable, no así necesariamente debe ocurrir lo mismo con nuestra capacidad para esmerarnos.
En este aspecto, procuro superarme diariamente e intento contagiar e inspirar a los seres más cercanos.
Me digo cada entrenamiento:
“Tu capacidad de prodigarte a la hora del esfuerzo, nada tiene que ver con la edad. Los años son una cosa, pero tu voluntad no tiene porqué estar atada a ellos”.
Hoy, soy capaz de tolerarme cierta lentitud de carácter “motriz” y hasta que he aprendido a convivir con ella, mas no así puedo permitirme la pereza y el desgano en el “pensar y el actuar”.
Estoy convencido que ante las evidentes carencias adquiridas por la edad cada vez deberé especializarme más en la capacidad de entrega.
Lo que me tranquiliza es que el desarrollo de este último apartado depende enteramente de uno mismo y para nada tiene que ver con los genes o la juventud.
Por otro lado, comprendí rápidamente, que si pretendía mantener y, porque no, incluso perfeccionar mi actitud ante el esfuerzo debía erradicar definitivamente de la mente “las excusas y la autocompasión”.
Cada jornada de entrenamiento me propongo asumirla de “buen talante y con buena cara” sabiéndome un “privilegiado” por poder tan sólo estar aquí con la salud y el tiempo necesario para hacer lo que más me gusta.
Hoy, en torno a las “cinco décadas de vida”, sigo dejando abierta la puerta de par en par a las “innovaciones y a los desafíos”. A mi criterio los dos factores esenciales para mantener una mente joven y pujante.
Mantengo vivo y me aferro más que nunca al sano hábito de explorar, descubrir, vivenciar, equivocarme y acertar.
Desafío mis propias teorías, las cambio, para luego volver a ellas y sacar nuevas conclusiones, intentando encontrar una versión un tanto mejorada.
Procuro no asumir ninguna verdad como absoluta, me inclino mas bien a favor, de las verdades relativas, las que dependiendo del contexto y el momento, merecerán, o no, ser sustentadas o sustituidas.
He asumido con un compromiso absoluto la tarea de enseñar y motivar a los demás, mediante el ejemplo.
Enfrentando a diario y con optimismo, las adversidades que presenta el camino, sobreponiéndome al desaliento propio, que deviene de las frustraciones.
Hoy siento que mi verdadera y máxima victoria radica en la lucha por imponerme cada jornada a las debilidades y el hastío que padecemos todos los seres humanos que hemos estado por muchos años sometidos a la práctica de una misma cosa.
Para mí, actualmente, el éxito no pasa por cruzar una meta delante de todos, pasa más bien por no claudicar ante la inercia del reposo, que llega con los años para instalarse definitivamente.
Combato, desde cada salida de sol, el óxido que corroe las ansias y los deseos de quienes ya hemos vivido en una actividad nuestras mejores primaveras.
Para ello, intento no naturalizar situaciones y alternativas, que si bien se han repetido una y otra vez por más de treinta años, no dejan de ser experiencias extraordinarias y que merecen ser sentidas con la intensidad y el agradecimiento de saberse un auténtico afortunado.
Me inspira ver que mediante mis acciones puedo inspirar a otras personas a mejorar en lo actitudinal y, si bien es el atletismo la herramienta elegida para llegar a ellos, sé por mi propia experiencia que lo aprendido y desarrollado en este medio meramente recreativo, indefectiblemente, trasvasará a otros ámbitos de nuestras vidas, aumentando notablemente las probabilidades de éxito en lo que emprendamos a futuro.
Yo visualizo al éxito como una tarea concluida y bien hecha, cuya realización dependerá infaliblemente y, desde mi punto de vista, básicamente, del esmero, dedicación, tiempo y pasión que invirtamos en dicho proceso.
Es por eso que procuro, mediante mi proceder en el deporte, generar en los demás estas conductas que, a mi entender, son lisa y llanamente la “clave de la felicidad”.
Pues aquellos que logran concretar lo que se proponen una y otra vez son los que, a la postre, aumentarán significativamente sus chances de ser personas dichosas.
Para nada lo que pienso o digo intenta ser o parecer una verdad absoluta, es tan sólo mi teoría acerca de una de las tantas aristas que presenta la vida.
Insisto en el hecho de que no me es indiferente, ni me resulta sencillo, aislarme o inmunizarme contra la dolorosa nostalgia que deriva del recuerdo de aquellos jóvenes años, donde todo resultaba tan natural y fácil.
Los días malos de aquellos tiempos hoy serían de los muy buenos y me reprocho no haber sido un poco más indulgente y agradecido hasta con esos grises momentos.
Pero, sin embargo, existe un detalle crucial que me sigue anclando a este deporte e inclina definitivamente la balanza a favor de la supervivencia en él.
Hay un hecho que puede parecer insignificante y hasta para la gran mayoría, incluso, pasar totalmente inadvertido.
Últimamente cada vez más a menudo y, principalmente cuando compito, suelo cruzarme y charlar con corredores retirados, algunos más viejos y otros más jóvenes, pero, lo que sí, todos hace un tiempo alejados de la práctica deportiva regular.
Con muchos he compartido lindos momento en el pasado y lo resultante es que, más allá de estar viviendo hoy situaciones distintas, ellos desde la vereda del espectador y yo, aún, desde la de atleta activo coincidimos plenamente en cuanto a cariño y amor por este deporte.
A primera vista, puedo ver en sus caras y gestos un dejo de sincera melancolía por aquellos años transcurridos que forman parte ya de un pasado feliz, pero decididamente lejano en sus vidas.
Podría decirse que hasta se percibe en todos ellos una suerte de remordimiento y arrepentimiento por haber caído en la falsa quimera de que ya era suficiente y que les había llegado la hora de ver el espectáculo desde afuera.
Soy capaz de apreciar, pues es sumamente evidente, que no disfrutan del estar de aquel lado y que darían muchas veces lo que fuera por volver a la acción.
Pero lo que sucede a continuación es que se chocan contra el muro de la cruda realidad, pues ya no poseen la voluntad y vitalidad que se requieren para un regreso a la escena.
Y es que los años y la inercia del reposo han dejado una huella indeleble que ya difícilmente podrá ser borrada.
En esos momentos, cuando hablamos y repasamos el pasado y les veo conmoverse con aquellas añoranzas, se puede entrever en sus ojos la clara manifestación de que no se la pasa nada bien en su situación de “espectadores”.
Es entonces, en ese preciso instante y como un reflejo automático, que pienso y me digo:
“No olvides esta lección: más allá de todo lo frustrante que puede ser lidiar con la edad y sus desfavorables efectos, siempre será exponencialmente mejor que batallar contra el irrefrenable deseo de querer regresar y no encontrar, ni recordar, el camino del regreso”.
Conclusión: “pues mejor me quedo aquí”.
Cristian Malgioglio
Tres veces campeón argentino absoluto de 100 km
en carretera y miembro de selecciones nacionales
Foto: gentileza Cristian Malgioglio
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