“La presión me está oprimiendo,
te está oprimiendo,
ningún hombre pide
estar bajo presión……Sigo consiguiendo el amor,
«Under Pressure» (Bajo Presión)
pero está tan ajado y rasgado…
¿Por qué?
Amor, amor, amor, amor, amor.
La locura se ríe y bajo la presión nos derrumbamos…”
Queen y David Bowie, del álbum de Queen Hot Space
La presión
Participo en los 42K de la Aconcagua Ultra Trail bajo una gran presión.
Presión por saber si esta vez el cuerpo responderá a las exigencias que demanda la altura.
Presión porque necesito corroborar si estoy en condiciones para correr en un mes y medio las 100 millas de la Patagonia Run. Al fin y al cabo este maratón de montaña es un eslabón más de mi plan de entrenamiento.
Presión porque la noche anterior apenas dormí, por las obligaciones laborales y el largo camino que tuve que hacer manejando solo.
Presión porque estoy pensando cómo elaboraré la crónica de la carrera y cómo conseguiré las fotos para ilustrarla.
¡Qué paradoja! Estoy a 2.500 msnm y llegaré a los 3.500 msnm, donde la presión atmosférica disminuye. Pero la presión mental aumenta…
Comienza la aventura
Ocho de la mañana. Plena luz del día. Atmósfera fresca. Estoy en la línea de largada. Callado. Rostro adusto. Siento los músculos de la cara tensos. Ante el saludo de los amigos, respondo con una sonrisa forzada.
Largamos, rumbo al oeste, desde Villa Los Penitentes. Superamos la plaza del Centro de Esquí y tomamos un sendero franco. Marcho a un ritmo muy controlado. Al kilómetro siento una tenue brisa en el rostro y el aire fresco que me purifica los pulmones. Progresivamente me voy aflojando. A los cinco kilómetros atravesamos, primero, un escuálido río y, después, por debajo de un puente, la Ruta 7. Pasamos por el costado del Cementerio de los Andinistas. Llegamos a las vías del Trasandino y ahí nomás ingresamos a Puente del Inca. Me maravillo por el paisaje y porque siento los duendes de la montaña que andan circulando de aquí para allá en un lugar lleno de historia. El ambiente incomparable permitió el olvido de las tensiones. Un puesto de asistencia nos espera. Bebo bebida isotónica. Sigo camino.
Marchamos poco más de tres kilómetros por senderos no muy complejos. Siento las aguas cantarinas del río Las Cuevas, que corren, a la izquierda, paralelas a nuestra marcha. Llegamos de nuevo a las vías del Trasandino, donde nos esperan dos banderilleros. Uno es mi amigo Julio. Los saludo y les pido que posen para una foto para los sociales de la nota que publicaré un día después. Cuando estoy en eso, mi amiga rosarina Virginia me supera y se aleja. Gracias a un retome, viene una pendiente negativa para trotar como potro desbocado por la vía. Me invade la nostalgia. Es que los trenes me apasionan. Porque en uno de ellos viajé con mi abuelo “Lolo” cuando era muy chico. Y porque lloré desconsoladamente cuando los remataron en los ‘90. “Un país sin trenes jamás será desarrollado”, dije entonces, y lo sostengo ahora. Me enojo. Por la bronca corro fuerte. Cruzamos de nuevo la Ruta 7 por debajo y atravesamos otro puente que nos permite eludir el río. Vienen unos tres kilómetros de pura subida progresiva…
Llegamos a Horcones, donde nos espera otro punto de abastecimiento. Como algo salado y abundantes frutos secos. Bebo mucho líquido. Me tomo cinco minutos para relajarme. Saludo y me voy. Sigo por una huella y, tras cuatro kilómetros de trote muy lento, y tras circundar la laguna Horcones, llego al famoso puente de madera que atraviesa el río del mismo nombre. Ingreso a la quebrada que me llevará al campamento Confluencia. Viene lo más difícil: cuatro kilómetros más de subida progresiva, pero constante. La altura se siente. Estamos a 3.000 msnm. Cada 10 o 15 minutos bebo agua porque la escasez de oxígeno seca las vías respiratorias. La complicada marcha se matiza con ocasionales diálogos que mantengo con los trail runners que bajan. Así, me cruzo con mi amiga “Chila” Pérez que viene desde Plaza Francia y que marcha primera en las 100 millas. Nos saludamos afectuosamente. Se pone a hablar. Le digo que siga, que está en carrera. La trepada, por momentos, se complica porque tocan pendientes bravas con terreno muy técnico. Me distraigo con la música del viento y el cantar de las aves. Llego a un falso llano previo a Confluencia. Supero a una chicas que hacen trekking y me dicen, afablemente, que es la primera vez que llegan tan alto. Las felicito. Al fin, arribo al punto culmine de mi travesía…
En el campamento me encuentro con mis amigos Alejandro y su novia Ana, muy buenos trail runners que trabajan en el puesto de asistencia como voluntarios. Con buena onda me ofrecen pizza, frutas y líquido. Converso con Ale sobre sus próximas carreras de un posible periplo europeo. Saludo y me marcho.
El aire
¿Sabes dónde está tu corazón?
¿Piensas que puedes encontrarlo?
¿Lo cambiaste por algo en algún lugar?
Mejor sólo tenerlo
¿Sabes dónde está tu amor?
¿Piensas que lo perdiste?
Lo sentiste con tanta fuerza,
pero nada salió como querías…
Bien, bendice mi alma,
eres un alma solitaria
porque no dejarás ir
nada de lo que tienes
Bien, lo único que necesito
es el aire que respiro
y un lugar donde descansar mi mente…
«Say, All I Need» (Digo, Todo lo que Necesito).
One Republic, del álbum Dreaming Out Loud (2007)
Ahora viene el descenso por la misma quebrada que subí. Abandono Confluencia conforme con mi rendimiento. La altura no me afectó demasiado a pesar de no haber tenido tiempo suficiente para aclimatarme. Camino rápido para entrar en ritmo de a poco hasta que comienzo a trotar. Siento en la cara el viento que sopla en contra. Retozo feliz. Es que con el aire de la montaña mi mente descansa…
Me sorprende un tramo desparejo, por las abundantes piedras. Disminuyo la marcha. Tras dos kilómetros lentos retomo el trote franco. Me cruzo con mi amigo Dardo que sube “trekeando” con sus amigos del grupo Pisauvas, con los que va a acampar en Plaza de Mulas. Me saca fotos. Le pido que me las mande por WhatsApp. “Chau”, le digo a las apuradas. Luego de un tiempo que no puedo dimensionar llego al puente de madera que me dice que estoy cerca de Horcones. Corro por las huellas hasta el puesto de asistencia. Me alimento e hidrato rápidamente y sigo camino. Bajo solo por los senderos. Hasta que llego al último puesto de hidratación, en Puente del Inca, a 8 kilómetros de la meta. Paso nuevamente el Cementerio de los Andinistas. Faltan unos 5 kilómetros que se hacen interminables. Para hacerlos llevaderos “compito” con los atletas que alcanzo. Supero a dos y veo a mi amiga Marcela. La saludo y continúo. Alcanzo a divisar la Villa Penitentes. Corro para llegar rápido ¡Es que pienso en los sándwiches de milanesa que me esperan! Desesperado tomo la última bajada que desemboca en la plaza del centro de esquí. El locutor me recibe afectuosamente. Una chica, con una sonrisa de oreja a oreja, me coloca la medalla finisher. “¡Misión cumplida!”, grito con gran satisfacción. Creo que estoy encaminado rumbo a la próxima misión: las 100 Millas de Patagonia Run.
Fotos: Gentileza Fotos de Aventura (click acá para acceder a su web y comprar las fotos de la carrera)
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